domingo, 17 de julio de 2011

Crímenes de tinta

La semana que pasó, Rupert Murdoch fue noticia. Y lo seguirá siendo seguramente esta y, dependiendo de cuán profundo excarve la investigación de los Comunes en el Reino Unido quizás lo siga siendo durante algunos meses más, posiblemente no ya en las portadas de sus diarios, pero sí en una página interna, tal vez una breve o, al menos, un pirulito perdido por algún lugar.  Ironía  paradójica la del zar que supo edificar su imperio mediático sobre la base de titulares sensacionalistas: hoy, ni las letras de molde impresas en sus rotativas pueden esquivar las tapas que reflejan sus desventuras. La taleónica ley de quienes matan a hierro y ya conocen de antemano su final.


¿Cuál es  la delgada línea que separa la audacia del delito para un periodista y de manera extensiva, para el medio que lo alberga y publica sus noticias? La ética, a propósito del "todo vale" murdochiano que justifica el espionaje para la obtención de datos, no deja de ser una palabra tan abarcativa como vacía si no va acompañada por la convicción de quien la manifiesta. La ética se pone a prueba en cada momento en el periodismo y, sin dudas, esta invitada a dar su testimonio en el juicio colectivo que la sociedad británica practica sobre Rupert Murdoch por las infidencias publicadas en The Sun, The Sunday Times y News of the World, tres de los cuatro diarios de News Corp, su conglomerado mediático, filial británica.

Hablando con Robert Cox, ex director del Buenos Aires Herald en tiempos de la dictadura argentina y conocedor del zar del sensacionalismo en su versión europea y americana (con The Wall Street Journal y Fox News en Estados Unidos, donde vive hoy) no ocultó para nada su escasa piel con el magnate mediático: “su problema es que es un hombre que busca más, más y más poder, lo hace excesivamente en una conquista sin reglas”, me comentó (ver su Opi en el artículo de NOTICIAS). A Cox no le produce escozor alguno los medios que exploten el amarillismo, no los rechaza al menos, pero marca un claro límite ético que se extiende tanto a tabloides populares como a tradicionales sábanas con siglos de historia. Y esta línea infranqueable es la ley. “Es lo que no se debe cruzar”.

Razonablemente, su perspectiva es diametralmente opuesta a la filosofía Murdoch de contratar los servicios de detectives privados, algunos incluso con sospechas de asesinato, para pinchar teléfonos de celebridades, políticos, deportistas, empresarios pero también familiares de víctimas de los atentados de Londres en 2005 y lograr impacto. Hace rato que la ley dejó de ser una frontera para Murdoch pero también para quienes comulgaron con sus creencias y las llevaron a la práctica. Uno de ellos, el periodista Paul McMullan, así lo resumió como ex miembro del equipo de investigación
del News of the World antes de retirarse.“La privacidad es el lugar donde hacemos cosas malas. Para tener una sociedad realmente abierta y libre, debemos tratar a la privacidad como un demonio”, argumentó en octubre de 2010 durante un congreso sobre la profesión que tuvo lugar en Londres.

La línea se desdibuja frente al ensayo de argumentos de cruzada moral. Pero nuevamente, ¿es tarea del periodista colocarse a sí mismo por encima del resto de la sociedad para velar por su correcta evolución, corregir los excesos, como una suerte de Leviathan moral? Y en el último de los casos, ¿qué credenciales tiene para ejercer la potestad de  juicio, condena y publicación en tapa? La cruzada moral puede traer peligrosas consecuencias, por caso, la difusión que el propio News of the World hizo algún tiempo atrás de 50 pederastas británicos con foto, nombres y direcciones. Al poco tiempo, se confirmó que no todos lo eran. Y Murdoch perdió dinero en resarcimientos. Pero el daño de la condena social que recayó sobre los inocentes ya estaba consumado.

En su columna “La venganza de los serios”, John Carlin desnuda con la agudeza que sólo brinda la experiencia la intrincadamente simple forma de operar de las mentes forjadas en la cultura Murdoch, recordando sus años en The Independent cuando tenían como jefe de redacción a Kelvin MacKenzie, ex director de The Sun, propiedad del australiano. “Nos creíamos tan listos, con nuestros títulos universitarios de Oxford y Cambridge y nuestros matizados argumentos, pero lo que el gran público quería era simplísimo —generar polémicas donde no las había— e historias escandalosas de famosos y fotos de mujeres con los pechos al descubierto”. Esa es la fórmula del éxito para los medios que comparten la doctrina de Murdoch en Estados Unidos, Inglaterra y el resto del mundo. Una vez más, es inevitable percibir el eco cuando se pronuncia "ética" pero los titulares no lo reflejan en el quehacer diario.

No hay comentarios:

Publicar un comentario