Iba a comenzar diciendo que adelantaba el posteo de mis domingos predilectos al viernes solo para evitar la congestión de atención en cuestiones electorales de este fin de semana porteño pero mejor arranco con unas disculpas obligadas por el mes que pasó sin novedades. No es que no las hubiera, pero fue imposible conciliar este grato espacio de tribuna con demás obligaciones académicas. En fin, aquí va este capítulo dedicado al Fondo Monetario Internacional y su nueva moradora, Christine Lagarde. Van además, dos notas publicadas en la revista NOTICIAS como complemento: la ironía de presentar un nuevo manual de buen comportamiento para los empleados del Fondo Monetario Internacional (mientras su director gerente era encarcelado por denuncias de abuso, intento de violación y violencia de género) pero donde increíblemente subsisten avales a ciertas prácticas de acoso y una segunda nota sobre la imagen de DSK en su país y cómo el escándalo no hizo mella en su popularidad. ¿Cuestión cultural?
Pero volvamos a centrarnos en el Fondo Monetario Internacional. Imposible aplicar con ellos la analogía de aquel viejo chiste del hombre que gritaba y se enfurecía en su hogar pero que, al irse al fondo, acariciaba al perro. El Fondo Monetario Internacional se asfixia en sus propias promesas incumplidas, para peor, inmortalizadas en documentos. Ni en el fondo, ni delante y ni en el medio son buenos. Ni hablar ya de las pompas que sonaban por 2008 cuando el G20 clamaba por una refundación del capitalismo. Europa
(y Estados Unidos) barrieron las palabras bajo la alfombra al imponer su candidato, Christine Lagarde. Los emergentes, con sus anhelos, deberán seguir en la cola aunque parte de la culpa también recae en ellos por suscribir parcialmente a la nominación de Francia.
Apelemos a los números, el lenguaje que mejor entiende el Fondo, para explicar el argumento. En el FMI el poder de votación NO se rige por la norma 1 país – 1 voto sino por la cantidad de dinero que cada Estado aporta. Así, el 51,8 por ciento del poder de decisión es monopolizado hoy por los diez mayores aportantes, diez países que rigen un organismo multilateral conformado por 187 socios. Dentro del Top Ten, los únicos emergentes, a quienes se debía premiar por su solvencia durante lo peor de la crisis (aunque nadie sabe a ciencia
cierta si realmente pasó lo peor o aún está por venir) son Rusia y China. Por su parte, India y Brasil (los otros dos integrantes del marketinero bloque BRIC) figuran unas posiciones por debajo. El socio mayoritario es Estados Unidos (16,7 por ciento de voto) pero Europa articulada en bloque lo supera. De hecho, Alemania (5,8), Francia (4,3), Reino Unido (4,3) e Italia (3,1) como parte de la Unión Europea se imponen con el 17, 5 por ciento del voto. Argentina apenas cosecha el 0,8 por ciento de decisión.
En 1945, la conferencia de Bretton Woods diseñó la nueva arquitectura mundial financiera. Y fueron las potencias las que se dividieron el mundo. Europa, por acuerdo tácito, se quedó con el Fondo Monetario Internacional y Estados Unidos con el Banco Mundial. Entonces no había BRIC emergente. Eso vino después. Ahora nadie quiere ceder poder. Y menos cuando se necesita del Fondo para que actue de prestamista de emergencia ante la crisis europea y sus gobiernos duermen más tranquilos con alguien de la propia carne en el trono
monetario. Además, ningún dinero es gratuito, sino que vienen con el consabido recetario de recortes y achiques. ¿Se imaginan la profunda herida al orgullo francés o germano si, por sobre todo, tuvieran que aceptar las órdenes de un hombre de Washington a cambio de recibir fondos para sostener al euro? Ya tuvieron que soportarlo durante estas últimas semanas cuando el norteamericano John Lipsky, número dos en el esquema, quedó transitoriamente a cargo por la salida abrupta de DSK.
Lagarde, en su primer conferencia de prensa, dejó en claro su propósito: "Mi preocupación será la deuda de los Estados europeos y la generación de empleo". Pero aún si uno no se hubiera quemado con leche creyéndole al Fondo en el pasado, no haría falta más que un simple "googleo" para dejar de creer a la flamante directora gerente. Desde 2008 a esta parte, el Fondo ha exigido ajustes estructurales a Europa a cambio de sus "préstamos salvatajes". El empleo que hoy le preocupa a Lagarde es el mismo que ellos contribuyen a generar. Y los "consejos" de reducción de salarios no se aplican a sus propios honorarios pese a que, quienes los recomiendan, provienen de la misma Europa que sugieren achicar a fuerza de machetazos.
Pero la ironía (o en su defecto el sarcasmo) de toda esta parábola no acaba allí: Lagarde cobrará un 11 por ciento más que su antecesor en el cargo: 385 mil euros al año o el equivalente a 32 mil euros por mes. Su equivalente del Banco Central Europeo, Jean Claude Trichet, gana 367 mil euros al año, o unos 30.600 por mes. El sueldo mínimo de los trabajadores de los países en riesgo (los "PIGS") es de 1461 euros en Irlanda, 862 euros en Grecia, 748 euros en España y 565 euros en Portugal, según datos de junio de la Eurostat. Aún reuniendo los ingresos de los cuatro trabajadores juntos no alcanzarían el 10 por ciento de lo que ganará Lagarde, la misma funcionaria que incita a los gobiernos a recortarlos. Y ni todo el ahorro completo del que mejor gana de ellos alcanza para juntar en un año entero el 60 por ciento de lo que la cabeza del FMI cobra en solo un mes de trabajo. Otras de las contradicciones que hacen a nuestro sistema.
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