No es fácil postear en época de parciales pero tampoco quiero dejar de hacerlo. Cuando uno arranca, termina siendo una adicción. ¿Sana? Seguro que no, pero qué daño pueden causar algunas palabras. Mucho tal vez, aunque esto no es el caso. Hace tiempo que estamos hablando de los Indignados de España. Ellos sí son un ejemplo de cómo las palabras y los gestos pueden golpear más fuerte que las armas. Nadie duda del efecto que supieron despertar, aquel sueño de horizontalidad que hace diez años despuntó en Argentina y que, con caprichosa repetitividad, elige a alguna sociedad para iluminar de tanto en tanto. El problema es siempre el mismo: pasada la euforia inicial, ¿cómo canalizar tanta fuerza espontánea sin que el monstruo de la burocracia devore la utopía?
Es una paradoja. Un sueño de cambio legítimo, nacido del desencanto pero también de la esperanza. Tanto capital político en estado puro y sin un instrumento para canalizarlo. En las últimas elecciones de España, Mariano Rajoy y sus acólitos del Partido Popular podrán haber celebrado los casi 10 puntos de diferencia que le aventajaron al socialismo. Pero si se quedan en la superficie de los números,
jamás podrán vislumbrar la verdad en las capas subterráneas, esa que describe que los miles de votos que le dijeron no a un socialismo con traje de Tercera Vía giddensiana que navega la crisis de Europa y España con (excesivo) respeto por los mercados, tampoco fue hacia sus arcas: se repartió en opciones regionales, partidos nacionalistas, voto blanco y nulo. La abstensión en 2011 (33%) fue incluso menor a la de los comicios municipales de 2007 (36%) lo que demuestra que el pueblo español pide más democracia, no atenta contra ella. El voto nulo y el blanco implica el esfuerzo de movilizarse hasta las urnas para dar un mensaje, algo que la cómoda abstensión no puede ilustrar con igual fuerza.
Es lo que Stéphane Hessel, autor del manifiesto más buscado en estos días, Indígnese!, intentó transmitir. Con sus 93 años, una vida en la resistencia francesa al nazismo, torturado en Buchenwald y protagonista de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, uno podría pensar qué puede sorprender a este hombre. Y sin embargo los indignados de España lo lograron. Y la indignación se expande por toda Europa y el mundo. Hay pocas epidemias tan gustosamente contagiosas como la fiebre democrática que impulsa a los pueblos a volver a soñar con la política. Esa que que no se circunscribe a los pasillos y oficinas de edificios arcaicos. Sino la que se gesta como un movimiento amorfo, colectivo e imaginativo que aún se permite soñar con el mañana con el mismo fuego apasionado de antaño.
Por eso, quiero compartir con ustedes estos 11 minutos de una de los análsis más exquisitos sobre tanta indignación. Eduardo Galeano, descubierto por una cámara mientras desandaba sus pasos por la plaza de Cataluña, sede del acampe en Barcelona. Una lección de intelectualidad arropada en poesía que no se puede dejar de escuchar. A disfrutarlo!